Esta calle no sale en Google Maps

Teníamos que reencontrarnos detrás de la zapatería, en la bocacalle que daba al solar donde se hacían aquellos conciertos de los que hablaba mi padre cada fin de año. Me imaginé allí a todos sus amigos, los de verdad y los de mentira, peinados y vestidos como a principios de los años 80, con sus barbas cerradas y sus poses vacilonas, apoyados siempre en algún muro, columna o colega, moviendo el hielo en el vaso de tubo con más lascivia que ritmo. Con sus pelos lacados ellas, las pestañas de rastrillo, las caras redondas propias de la década y las blusas holgadas enhebradas por legiones de pelusas. Mentira, no pensé en nada de eso. Quizá lo hicera más tarde, cuando tuve tiempo de centrarme en todo lo que había ocurrido. En ese instante no me duraba un segundo un pensamiento. Solo me miraba el contorno de las manos. El sudor canalizado por las grietas en mis palmas. El exterior de mis bolsillos, frotados de arriba a abajo. Mis palmas de nuevo. Pensé en Gran Canaria, en un racimo de plátanos y en una guagua de color verde. Levanté la mirada y regresé al mundo, a los sonidos, a los minutos.

Nunca he sabido qué pose adquirir para esperar. La mayoría de las veces adelanto un pie y lo muevo como en misión de reconocimiento. Pequeños círculos, barridos, puntadas, y que el tiempo pase. Hay mil maneras de esperar, supongo. Creo que lo que más aguardamos en la vida es que llegue el momento de comer. La única certeza que he tenido y tendré al respecto es que lo último en venir son los postres. Para eso siempre hay que esperar. La cronología en el comer se equivoca pocas veces.

Habíamos salido los dos casi a la misma vez del centro comercial, solo que por puertas opuestas. No supe en qué momento llegó a convencerme para que lo hiciera. Me seguía pareciendo irreal. Nunca me había atrevido a coger una servilleta de un bar en el que no me estuviese sentado y mira ahora. Resoplé con el propósito de vaciarme por dentro. No conseguí más que imaginarme a mis padres en la puerta de la comisaría hurgándome con la mirada y descolgando sus apellidos de mi DNI.

Una luz de faro me destelló por completo. No lo vi venir. Parecía que me habían echado una sábana por la cabeza. Cuando pude ver algo, la moto estaba aparcada a mi lado. Atisbé dos cascos de moto. «Hostia, los Daft Punk». No, no hablaban en francés.

– ¿Y María?

Mi respuesta fue sacar el móvil.

– No ha llegado todavía. ¿Tú eres Rafa?

– ¿Y por qué no está aquí ya?

– No sé, la estoy llamando y no me lo coge

– ¿Tienes eso?

– ¿Eh?

– ¿Este tío es tonto o qué? – dijo mi interlocutor a su acompañante

Saqué de mi bandolera la tablet y la levanté como una copa de vino.

– Es la Samsung, ¿no?

– Sí. La S Lite

– A ve. Trae que la vea

Contemplé mis manos vacías. Sentí crecer el pánico.

– Eran 250 pavos, ¿no? – dije sobreponiéndome

Me sentí ridículo diciendo “pavos”. De haber tenido tiempo para pensar, hubiera dicho «ñapos» o «calas», vocablos aún más lamentables. Total, había perdido el control de la situación y solo buscaba que la voz no me temblara.

– Si hubieses traído los dos, sí

– ¿Cómo?

– Dile a María que ya le daré el dinero

– Eh, eh, espera

Intenté arrebatarle la caja acercándome al manillar con la mano extendida. Soltó el brazo con tanta fuerza sobre mi pecho que sonó como una tapa de alcantarilla desplomándose en el suelo.

– Enga, vamos – dijo una voz femenina algo familiar

– Illo, ¿qué coño haces? – dije mientras me levantaba

La moto aceleró y yo aceleré con ella gritando «hijo de puta», «cabrón» y algún insulto más que no había usado desde prescolar. La moto se detuvo y el nota se bajó. Se quitó el casco y se lo dio a la chavala.

– ¿Qué haces? ¿Quieres dejarlo ya? Vámonos

– Espérate un segundo

Di un paso hacia atrás y me puse en guardia.

– ¡Venga, ven pa acá! – grité lo más bajito que pude

Introdujo su mano derecha en el bolsillo. Algo brillante hizo clic. En otro momento le hubiera preguntado por el truco, pero tenía pinta de navaja y soy muy sensible a sus impactos.

– ¿Dónde vas con eso? Pelea como los hombres – dije haciendo un precioso moonwalk

– Enga. Dime lo que me has dicho antes

– “250 pavos”. Lo reitero

Me tiró un pinchazo que logré esquivar con facilidad. Básicamente porque estaba a tres metros y el brazo no le medía más de cincuenta centímetros. Decidí dar un recital de patadas al aire intentando no perder el equilibrio. Con esta manera de contraatacar, la victoria solo podía ser mía.

– Yo sí que me cagó en tus muertos, maricona. Espera que te coja

Mientras daba pasos torpes hacia atrás, empezó a vibrarme el móvil. Pude sacarlo sin tirarlo al suelo. Era María. Mi espalda chocó contra la valla que anunciaba el descampao.

– Illo, illo, para, que es María

Esta frase le desconcertó por completo. Venía a matarme y le cambiaba de tema. Muchas horas viendo Al Rojo Vivo salvaron mi pellejo.

– Cógelo, subnormal

Levanté un dedo y me dispuse a decir algo ingenioso, pero se me olvidó al fijarme en la punta de la navaja.

– Illa, ¿dónde estabas, cojones? Te he estado llamando todo el rato

– Bufff, luego te cuento, Álvaro. ¿Estás dónde dijimos?

– Claro, dónde voy a estar. Por cierto, no veas tu colega

Mirada fulminante. Pitidos de la moto.

– ¿Vienes o qué?

– Sí, estoy llegando. Tardo un minuto

– Venga, date prisa. Que los chavales se tienen que ir

No impregné de suficiente carga negativa eso de “los chavales”.

– Que ya viene, está aquí en un minuto

Guardó la navaja y se acercó a mí.

– Me he quedao con tu cara, hijo de puta. Que lo sepas

Pensé en afeitarme al día siguiente. No iba ponérselo fácil.

– Oye, tu amiga la de la moto, ¿cómo se llama?

– ¿Y a ti qué te importa?

– Es que me suena su voz. Creo que ha estado conmigo en el instituto

Mi interlocutor se aburrió de mí y dio media vuelta. Empecé a seguirle a una distancia prudencial silbando “Fly me to the moon”.  Qué ganas me entraron de estar en un karaoke. Después de la correspondiente bronca a María, tendríamos plan asegurado.

La motorista quitó la llave de la moto y se apeó. Le entregó el casco y se quitó el suyo. Hostia, de qué me sonaba esa cara. Me acerqué un poco más y le pregunté:

– Oye, ¿tú y yo nos conocemos?

Me miró sonriendo y se apartó el pelo de la cara.

– ¿Qué pasa? ¿Ya no te acuerdas de mí?

– ¿Mercedes?

– No – dijo riendo

Por lo que sea, no funcionó decir el nombre de mi madre.

– ¿Y yo cómo me llamo, eh?

– ¡Álvaro! – gritó María desde la esquina

– Ehhh, esto no vale. Vaya pista que acaban de darte

María se acercó andando a paso ligero. Qué guapa y descordinada estaba acuciada por la prisa.

– Illo, Rafa, lo siento. He tenido un percance viniendo

– El que casi lo tiene es tu amiguito

– ¿Y eso? ¿Qué ha pasao?

– ¿Qué qué ha pasao? Ufffff – dijo girando el cuello inquietamente – A ver, dime, ¿traes eso o no?

– Sí, aquí lo tengo

María sacó del bolso una caja y se la entregó.

– María, ¿a ti te suena la chavala esta?

– Ahhh, ¿qué pasa, Sara? Que con la luz esta casi ni te había reconocido

– Hostiaaaaa. Sara García Herrera

– ¿También te sabes el DNI, payaso?

– Illo, ¿a ti qué te pasa? ¿Te ha castigao tu madre sin la paga o qué?

Tremenda hostia me soltó en toda la cara. No me caí de nuevo de puro milagro.

– ¿Qué coño haces, subnormal? – gritó María mientras me cogía del brazo

– Me tiene ya hasta la polla. ¿De verdad estás saliendo con el pardo este?

– María, apártate

Cogí carrerilla y me tiré en plancha sobre Rafa. Le di un cabezazo en toda la barbilla y nos caímos los dos al suelo. Me levanté rápidamente y me puse a bailar a dos metros de él, con los puños apretados.

– Enga, cabrón, sácame la navaja ahora

No sentí que fuera una de mis mejores frases y fui a cobijarme detrás de María.

– ¡Queréis parar ya! – gritó Sara. – Dales el dinero y vámonos

– ¿Qué les dé el dinero? Lo que lo voy es a matar

– Illo, hazle caso a la Sara, que era la más empollona de la clase

En ese momento asomó un coche de policía por la calle a poca velocidad. Las luces intermitentes consiguieron nuestro silencio pleno. El vehículo se detuvo casi en la esquina.

– Hostia, la poli. Vámonos por el descampao, Álvaro

– Espera un segundo

– ¿Qué haces? ¿Adónde vas?

Me dirigí hacia el coche corriendo. Se abrió la puerta del copiloto primero.

– Es usted policía, ¿no? – solté a modo de presentación – Hay un chaval ahí que nos está robando a mí y a mi novia. Haga algo, por favor

El policía me miró de arriba abajo.

– ¿Quién es?

– El del casco – dije señalándole

Vi cómo María se hacía a un lado. Los otros dos se montaron en la moto. Rafa giró la llave y los faros volvieron a brillar, cegando al policía.

– Al chivato de tu novio lo mato – le gritó mientras arrancaba la moto

– ¡Estamos de rollo! – le contestó María

Y así fue como limpié de bandidos la ciudad.

 

Algunas cosas menos

Me estoy despoblando. Cada día queda menos de mí. Las partes duras quizá, algún hueso que se asoma entre la carne buscando respirar. Paseo durante horas desdibujado por la luz cenital del mediodía. Van acompañándome distintas paredes, distintos escaparates donde me veo pasar. Algunos ojos en mi nuca, otros agarrados a mis ojeras. ¿Qué verán por ahí que yo no veo? ¿Me lo querrían contar?

Van rebasándome vidas no menos especiales que la mía, muy a mi pesar. La nada se embelesa conmigo y me dice que ande, que la respuesta vendrá, aunque no la busque encontrar. En los muros del colegio hay pintadas a todo color saqueadas por el tiempo. La acera se achica al pasar por el supermercado. Una africana sentada en una silla de plástico imperceptible (la silla o ella) pide que le den sin decirlo, y yo me siento ajeno. Si tuviera que entrar, saludaría moviendo los labios, casi sin girarme. Si fuese a salir, le daría algo de cobre y le desearía un buen día. Como si pudiera cumplirlo.

El roce de las costuras del bolsillo retira la cabeza de los auriculares y me deja sin música. Maldigo en hebreo y lo notan las facciones de mi cara. Durante unos segundos me centro en los sonidos de mi alrededor. Dos adolescentes convergen en la pantalla de un móvil y se ríen en todas direcciones. Pienso que él se ríe por ella. Es su manera de decirle que ahí está. Ella quiere reírse y lo demás le da igual. Creo que hacen buena pareja.

Pasa una semana y sigo paseando. Me acuerdo de personas que por algún motivo viven, pero ya no están. Les dedico lo justo. Me da pena que no se enteren, que no les salte una alarma con mi cara desapareciendo mientras pienso en Dragon Ball. Algunos pensamientos que quiero esquivar se van así. Tengo dos o tres trucos más, pero no los quiero contar. Me gusta esta canción y dejo de pensar. Como es en inglés, solo me centro en las frases que preceden al estribillo. Creo que ahí se concentran las mejores ideas. Lo que viene después es ritmo y repetición.

Ahora pienso en ti. Te recubro de paredes blancas y oscuras, te pongo en un rincón y te presto un cojín. Te quedas mirándome sin decir nada. Abres la boca, pero es para respirar. Yo me acerco con pasos de centímetros y nunca llego. Nunca. Y cuando se me alarga el paso, te vas.

Llegué a casa. He subido los escalones corriendo, con la llave en la mano. Giro la cabeza y veo a mi madre haciendo una nueva y efímera obra de arte entre baquelita y silestone. La saludo con una sonrisa que me acabo de inventar. Ella se alegra de verme, y yo de estar.

Lo que guardo fuera del estuche

No hay nada destacable en tener ganas.

Apostadas en el marco de la puerta
a punto de cruzar el edificio
con una mano en la frente
y otra en el dintel,
deshidratándose.

Vuelta a casa.

Escaleras arriba,
ni oficio ni beneficio
con más dudas que arraigo
otro día más
duermen en el descansillo
entre bicicletas y humedad.

En los meses de invierno
con sus gorras de excursión,
se atreven con póstales lejanas
a todo color
neveras, sudores y playa,
ducha, toalla y vapor,
me invitan siempre
cuando no estoy.

Todos los años se comban
y parecen el mismo
anudados por la garganta,
unión de circuito,
mis ganas y yo.






El receso

«Ninguna novela ha sido escrita haciendo paracaidismo. Yo me puse a caer sin final para contarlo, para ser el primero en algo».

Corté el viento en todas las direcciones posibles. Mis manos nadaban formando pequeñas estelas imperceptibles, eses disparadas como claves de sol vencidas; mi cuello se atería al principio para relajarse después, cuando el vértigo se iba desfondando. Soñaba con una caída que me expulsara al espacio exterior, que me dejara flotando en paz mientras desfallecían, una a una, las estrellas lejanas. Pensaba entonces que nadie cae desde abajo, que debí subir en algún momento aupado por alguna inercia y que, si tenía suerte, podría amortiguar la caída agarrándome alguna nube. Alguna nube de dibujo, quiero decir. Aquéllas que son solo silueta.

Me tumbé mientras caía y me coloqué, acurrucado, en posición fetal. Recordé mis primeros días de vida astronaútica bailando con el cordón umbilical. Fueron unos días como otros cualesquiera; pasaron volando, qué casualidad. Creo que siempre he manejado bien la gravedad, aunque estuviera contento. También creo que siempre he pensado en vosotros antes que en mí, aunque lo primero no fuera verdad.

Estaba absorto en los varios tonos azules que un medio daltónico como yo no sabe distinguir, pero sí apreciar; cayendo a plomo sin cuidado como naranja madura, cuando me puse a divagar: «¿encontraré el amor de mi vida entre tanto? ¿Recuperaré alguno de entre el pasado por olvidar?» Tengo la pala siempre a mano y una manga de camisa dispuesta a secarme la frente por si decido cavar. «¿Y si te llamo con un hilo de voz diciendo que me voy, que quizá ya no me veas, me querrías escuchar?». ESCAPE, SUPRIMIR, DESCARTAR. Miré al juez de la planta en la que estaba, haciendo una mueca más con los hombros que con la cara, pidiendo que esta última pregunta no constara en acta. A veces me siento víctima de mí mismo y de mi poco arrojo. A veces juego el papel de pequeño héroe sin importancia hasta que reparo en las luces que se cuelan entre las rendijas de las persianas y que revolotean por mi cara. De ahí las pecas.

Sigue la caída mientras llueven los números. Horas, fechas y cumpleaños de todos los y las que tuvieron tiempo de quererme un rato. Cojo un puñado con las dos manos y los esparzo en el aire como confeti. Se me mete un siete en el ojo — mi número de la suerte — , y me pongo a llorar.

Qué divertidas son las alturas. Grito «eco, eco, eco» y, como no resuena, pienso en desayunar, en el «clin» del microondas y en todos los botes que se apiñan en la alacena. Me despisto un rato y hago como el que aparta montañas, barriendo el pie con suavidad hacia los lados. Llego a sitios donde Google Earth no ha llegado (o eso creo). Me pregunto si puedo ser un dios minoritario, de un máximo de tres o cuatro personas, cayendo, semiolvidado.

Siempre con los aires, Álvaro.

Ji, ji. Aro, aro

El niño salta sobre una manguera y el caño se divide amorfamente por el aire impactando sobre la mesa del jardín. Una de las gotas decide no salpicar. Rebelión.

– Me niego a hacer lo que los demás

La gota pide un taxi (no le gustan los cabify). El taxista, al llegar al jardín, baja la ventanilla con cara de asombro y pregunta:

– ¿No lleva equipaje?
– Adonde voy no me hace falta – dice mientras escupe

La gota se monta en el asiento de atrás porque prefiere que no le molesten. Saca un cigarro de la riñonera y se lo lía.

– Está prohibido fumar
– Es de chocolate. ¿Puede subir el volumen de esta canción, por favor?

El taxista sube el volumen y empieza a gritar.

– ¡NO ME ESCUCHO! ¡QUE ALGUIEN LLAME A LA POLICÍA!

En ese momento los algoritmos de Google, presionados por la capacidad omnisciente del micrófono del sistema de radiofrecuencia, envían una señal de SOS a Protección Civil y a dos unabombers de Wisconsin.

– Vamos en camino – se escucha en una de las interferencias propias de la canción

El taxi, repentinamente, se echa al arcén deteniéndose en seco. El taxista, con el bigote descolocado, se gira hacia la gota.

– Señor, creo que estamos sido perseguiendo
– Puede bajar la música, que no le entiendo
– Sí -dice mientras pone el aire acondicionado.- Le decía que creo que nos persigue alguien. Mire por el retrovisor de soslayo
– Ya estamos usando palabritas
– Perdone, es que tengo mis estudios
– ¿Ah, sí?
– Sí, señor. Fonética. Y también cerámica y gres
– No veo nada, ¿podría reanudar la marcha?
– De acuerdo, pero el plus de peligrosidad se lo añado a la carrera

El taxi pone los cuatro intermitentes (uno de cada color para despistar) y se incorpora a la carretera. El taxista baja la ventanilla y saca el codo.

– Esto es vida

La gota saca un libro y empieza a medirlo.

– Mmmm, servirá

Acto seguido empieza a leerlo perdiendo el hilo cada siete palabras.

– ¿De qué es el libro? ¿De bueyes? – espeta el taxista
– No lo sé todavía, voy por el prólogo. Pero no me está gustando nada.
– Yo una vez hice un prólogo en la boda de mi hija. Se separaron en los postres
– Lo siento mucho. Por cierto, ¿esto es un atajo o me está llevando a un puti?
– PERDÓN

manguerrr

Una décima de segundo

En el bar

– Y cuando me di cuenta, pummmm, ya se había acabao
– A mí me ha pasao también alguna que otra vez. Pero, a ver, dime, si tuvieras que elegir, ¿con qué sentido podrías no vivir? Es decir, si tuvieras que prescindir de un sent…
– Sí. Te he entendido
– Jajaj pues eso
– No lo sé. Para mí es más interesante saber qué sentido me estoy perdiendo
– ¿Ehhh? Desarróllalo

Álvaro cogió la cerveza y le dio un buche. Las pausas dramáticas eran lo suyo. Intentó contestar al tiempo que el líquido bajaba por su garganta, como si la respuesta hubiera decidido subir por la escalera viendo que el ascensor no llegaba. De repente, Álvaro empezó a toser con el cuello girado hacia un lado, tapándose la boca con la mano.

– Te he dicho que lo desarrollaras, no que lo tiraras
– Un momento

Álvaro le dio otro buche a la cerveza mientras Antonio miraba el móvil.

– Ehhh, illo – tosió dos veces mientras se regalaba un golpecito blando en la espalda -. Ojú, se me ha ido pa otro lao
– Casi no lo cuentas, eh
– Casi. Me voy a tener que pedir otra, que esta cerveza me está haciendo la vida imposible
– Yo pido ahora. ¿Otra cerveza grande?
– Sí. Bueno, pídeme una Voll-Damm mejor
– Va, ahora vengo

Antonio hizo el ademán de coger el vaso de Álvaro y este lo retiró rápidamente.

– Qué coraje me da que los camarero se lleven la cerveza cuando le queda un poquito
– ¿Tengo pinta yo de camarero?

Álvaro levantó la mano mientras apuraba el vaso.

– No te aguanto, ehh
– Ahora sí

Antonio recogió ambos vasos y los juntó haciendo pinza con los dedos.

– Espera. Toma el dinero
– Ahora me lo das

Álvaro sacó el móvil mientras tosía levemente. Guardó el móvil al comprobar que no tenía ninguna notificación. La terraza del bar se sentía cada vez más bulliciosa. Levantó la vista y vio a un grupo de chicas alrededor de una mesa llena de vasos y restos de paquetes de patatas.

– ¿Está libre?
– ¿Eh?
– La silla, ¿la puedo coger?
– Ahhhh, sí, sí. No, no. Esa está ocupada, lo siento, pero esta de aquí sí la puedes coger. Aunque, bueno, dará igual. Venga, coge esa, sí, ¿dará lo mismo?

La chica soltó una pequeña carcajada. El espíritu de Antonio Ozores se había apoderado de cada gramo de su cuerpo. Intentaba observarla, pero no era capaz de aguantarle la mirada. El primer bosquejo indicaba que estaba ante una belleza inasumible.

– Si quieres también el servilletero…
– No, no, jaja no me hace falta. Gracias

«Si quieres también el servilletero». La maldita frase se le quedó dando vueltas por la cabeza como una hormiga recorriendo un pretzel a toda prisa.

– Las Voll-Damn estaban calientes. Te he traído un sumito
– Déjalo ahí

Álvaro se quedó en silencio durante varios segundos.

– No ha sido la mejor broma del mundo, pero si me vas a dar una réplica, se te ha pasao el tiempo hace un año
– Acabo de ofrecerle el servilletero a una chavala
– ¿Qué?
– En la mesa de al lao. No mires. Ha llegao ahora mismo un grupito de niñas, y la más guapa se ha acercao y me ha pedío una silla
– Esto se pone interesante
– Pero me he liao un poco y, sin darme cuenta, le he ofrecío el servilletero. Así, por la cara
– Jajaja Diosss. Estás amamonao, de verdad. ¿Qué te ha dicho?
– ¿Qué me va a decir, cojones? «No, gracias»
– Bueno, illo, lo has intentao. Hoy vas a dormir tranquilo sabiendo que has hecho todo lo que estaba en tus manos
– Me cago en sus muerto. Lo peor es que me ha sonreío y to
– Pura cortesía, no te emociones
– No sé, es la que tiene un pendiente en la nariz y otro en el labio. Mírala de escaqueo

Antonio se giró antes de que terminara la frase. La chavala miró en la dirección de su mesa y sonrió. Antonio se giró rápidamente y susurró en voz alta:

– Illooooooooo, está más esquisssa que tú
– Buá. Ya no voy a poder beber tranquilo. Ahora estará pensando que soy idiota
– Ji, seguro. No tendrá otra cosa que hacer que pensar en ti. No sé si te has dao cuenta, pero me ha sonreío sin pudor alguno
– Vamos a ver, Antonio, ¿de verdad crees que te ha sonreío a ti con esa cara que tienes? Dos veces en un minuto, no digo más ná
– En fin, que nos perdemos, que antes estábamos hablando y te pusiste a toser. Parecía que ibas a decir algo interesante
– Seguramente
– Algo de los sentidos
– Sí, eso, que prefiero pensar en qué sentidos más hay, aparte de los cinco que conocemos
– Bueno, y el sexto sentido
– Eso, el niño que veía a Bruce Willis
– Que no estaba muerto, que no
– Que estaba TOMANDO CAÑAS, LERELELELE – cantaron al unísono, a viva voz

Ambos alzaron los vasos y brindaron con tal efusividad que la cerveza salió disparada en todas direcciones. Especialmente en una dirección.

– Pero ¿qué coño?
– Antonio, vaya la que has liao. Perdona, eh, no se cómo… ha sido sin querer.
– ¿Cómo que Antonio?
– Hemos brindao y con la emoción… ¿te ha caío mucho?
– Joder, tío, vaya tela, ehhh. ¿Qué coño hacéis? Mira cómo me habéis puesto
– Lo siento mucho, de verdad
– Mira el pantalón, tía. Bufff, que lo estoy estrenando hoy
– Un segundo, espera. Date con esta servilleta

9FF7

Les das la mano y te cogen en brazos

eggsssss

Me entregó el botiquín sonriendo.

– Oye, ¿por qué está sonriendo el botiquín?
– Es que es hijo único. Toma, haz buen uso de él

Lo abrí y vi todo lo que había dentro. Esparadrapo, tijeras, yodo, pastillitas varias, un cd de Los Caños, un paquete de tiritas, un garfio, un libro de instrucciones de un huevo kinder y una placa ducha.

– ¿Cuánto te ha costado? – dije llevándome la mano al bolsillo porque me picaba la ingle
– Anda, anda, quita. No sé cuánto me ha costado, pagué con un billete grande. Fue la compra semanal, imagina. No me debes nada
– Menos mal. Porque estoy pasando un mal momento
– ¿Y eso?
– A ver cómo te lo digo sin emocionarme. Ayer estuve comprando algunas cosas indispensables en el Alcampo y cuando fui a pagar, me puse en uno de esos puestos sin vendedor en los que tú mismo pasas los productos por el lector. PI, PI, PI.
– Ajá
– ¿Has entendido lo de PI?
– Ehhhh
– Pues bien, pasé las cervezas y las patatas fritas, y cuando metí el billete de cinco euros, me devolvió como cinco o seis monedas. Y sí, ocurrió lo que te imaginas
– ¿El qué?
– Pues que una de diez céntimos se me resbaló y cayó debajo justo de la máquina
– ¡Dios, no!
– Cinco minutos agachao soplando, metiendo el filito de la bolsa de patatas para ver si salía la monedita, organizando a tres hormigas que vi por allí…. nada
– ¿Has pensado en denunciar?
– Qué va. Empecé a llorar mirando a todo el que pasaba por allí, pero rehuían el contacto visual. Me puse hasta una bolsa en la cabeza
– ¿No le dijiste nada a la encargada?
– No, tía, yo soy muy orgulloso para estas cosas. Ellos lo tienen todo grabado en cámaras. Supongo que le pedirán mi identificación facial a la policía y se pondrán en contacto conmigo. Solo así podré seguir haciendo mi vida con cierta normalidad
– Lo siento mucho, Álvaro. Esto es solo una mala racha, no te vengas abajo
– Gracias, Sara. Oye, ¿qué tal con Antonio?
– Ya no estamos
– Anda, ¿y eso?
– Esto es un folleto del MAS, que he visto que tienen el aceite de oliva virgen a 3,30€
– Mu barato, ¿no? Seguro que tiene trazas de gluten free yuyu
– Yo suelo comprar mucho por Internet últimamente. Estoy to el día llamando a los de Glovoo
– Ah, pues precisamente el otro día paré yo a uno que iba con la bici y le dije «illo, te doy un euro si coges la mochila amarilla esa y la levantas así»
– ¿Y lo hizo?
– Se baja de la bici, descuelga la mochila y la sube por encima de la cabeza. «Un poquito más pa mí» le dije. Me acerqué, pegué un salto to fuerte y le di un cabezazo
– ¿Al nota?
– No, no, y no fue por falta de ganas, tenía pinta de votar a UPyD en su tiempo libre. Le di un cabezazo a la mochila y, de repente, salió una seta gigante andando to rápido por la calle
– Hostia, ya decía yo que te veía raro
– Ahora mido dos metros veinte
– Pues mira, quizá podríamos quedar algún día y ver una peli en el cine, ¿no?
– Yo es que soy más de DVDs, pero bueno
– Pues quedamos en eso entonces
– Okey
– ¿Cómo finalizamos la conversación?
– No sé, ¿nos tiramos al suelo?
– No hay huevos

¿Quién ha cortado esta península?

 

All-focus

Más de una luz es compañía.

Me limpio la mano justo debajo del bolsillo. Cuatro dedos frotándose encima del castillo.

La última vuelta de la lavadora, bandera arriba. La barbilla gacha entre las costillas.

No te veo nunca. No sabes quién soy.

Golpecitos suaves sobre el xilófono, ¡plas! Ahí van tres toneladas. Me suenas de algo, sí, como las maracas.

No me interesas lo suficiente, aunque lo intentes. Tus luminosos son mis ganas de esconderme.

Siempre hay un escalón con el que no cuentas. Disimulas durante la caída, aunque, amiga mía, tú eres la caída.

Quiero regresar a todos los sitios donde estuve. Quiero evitar, de nuevo, los sitios donde no debí estar. Quiero repetir todos los errores.

Me quiero arriesgar con precauciones. ¿Te vienes? No te voy a molestar. Te cuento cuando llegue.

Sueño con un cronómetro que no se mueve. No sé si es un cuadro, pero hace un ruido espantoso. Tic Toc. Tic Toc. Tic.

Sales por la misma puerta que entras y apareces en el lado opuesto de la sala. Yo soy el árbitro, aunque no tenga las reglas.

La mecedora sonríe cada vez que te ve. Y tú no saludas. Ya nunca te paras.

Pasan los días, se caen, se mueren y amontonan. Tú, la torre, lejana; yo, el vigía sin gafas.

Las fotos que no nos hicimos van a velarse cualquier día. Entonces te preguntarás. Algo te preguntarás.

¿Me pedirías algo que no te pudiera dar? ¿Me lo darías?

No me lo digas.

P.D.: Creo que te doy el mismo miedo que a mi madre le da que corte jamón por la noche.

 

 

 

 

 

El vértigo solo tiene una dirección

El-vértigo-solo-tiene-una-dirección-final

¿Qué es lo que crees que te dije?
Si salí corriendo es porque
pretendía que te quedaras
conmigo dentro,
pero no pudo ser.

Mis manos querían aterrizar
y de tan cerca atravesarte,
y tú solo pensabas
girarte y volver.

Que no, que no puede ser.

A través de la muralla
te llamo y nos volvemos a ver,
las ganas cayendo a cascada
entre los dientes

Y jamás va a ser.

No lo pienses más,
haz que la duda se distraiga
y nos vuelva a parecer
como el segundo de antes.

No, no seas consecuente,
yo no pido tanto,
ven que nos perdamos
donde nace el salto.

Sí, sé que lo sentís,
ahora ya no puede ser.

Menos que un momento

menos-que-un-momento

—¿Fumas?
—No necesariamente

Alargué mi mano hacia la suya intentando arrebatarle un cigarrillo. Ella retiró la suya como quien levanta una barrera.

—¿Fumas entonces o no? – dijo sonriendo
—La verdad es que no, pero no te voy a hacer el feo de fumar sola. Dame uno

Ladeó la cabeza arqueando una ceja e hizo ondear con un leve resoplido parte de su flequillo.

—Toma, anda

Me llevé el cigarro a la boca y me di dos golpecitos contra la base del labio inferior, presionando y recorriendo el pulgar y el índice de un extremo a a otro del cigarro hasta asegurarme de tenerlo bien colocado en la boca. La lengua rozó el algodón y sentí como se volvía esponjoso. No pude resistir la tentación de zarandear el cigarro de arriba a abajo, anunciando mi modo inexperto. Ella protegía su cigarro con una mano y con la otra rascaba la piedra. Chispas.

—No me lo irás a cobrar, ¿no? – mascullé
—No soy como tú, chaval

Se acercó a mí menos de lo que hubiera deseado y un poco más de lo que me hubiera permitido mantener la calma. Era apasionadamente bella, la perfección de la forma. Quizá ella no lo sabía, pero en mi pecho bailaban tres mil dinosaurios. Mi cigarro visitó el suelo.

—Vaya por Dió
—Álvaro, estás acarajotao

Flexioné las rodillas casi poniéndome de cuclillas y aproveché la tesitura -por qué no- para mirarla desde abajo durante una milésima de segundo. Flashes. La última cucharada de un flan. El papel desvistiendo al regalo. El regate que antecede a un gol.

—¿Tú sabes hacer esto? – dije mientras me incorporaba colocando el cigarro entre el dedo índice y el corazón

Fueron alrededor de seis segundos los que estuve sin mirarla (aproximadamente lo que duró mi espectáculo de intentar pasarme el cigarro por entre los nudillos de la mano).

—Uffff, como todo lo hagas igual… – dijo con sorna -. Anda, trae que te enseñe

Mi cigarro saltó sobre sus manos y pensé «no es mal sitio ese, buddy». Sí, a veces meto por medio palabras en inglés porque sé que el spanglish queda ridículo en los demás; en uno mismo solo es prueba de un proficiency consolidado.

—¿Ves? – dijo elevando el cigarro de su boca casi a la altura de su nariz

Yo estaba viéndolo recorrer su mano con cierta desincronización. Ella lo hacía rápido, pero yo miraba lento. Las vueltas iban silabeadas, dejando atrás la estela de otras microvueltas que continuaban rotando a su ritmo por cada dedo. Si aquello era un truco de magia, iba a descubrirlo como fuese. Intenté concentrarme, pero, de repente, lo vi todo gris. Desconexión regional. Elevé la vista y recuperé algunos colores rápidos de su ropa y su cuello.

Puse de nuevo mi barbilla en su sitio natural. Otra vez la tenía enfrente. Sus ojos oscuros reflejaban la noche en todas direcciones. Brillaban apagados, bañados en dudas y en sueños imposibles que no le costaba imaginar. Resplandecían lejanos, veloces, dispuestos a saltar dos o tres baldosas de una sola vez.

—¿Qué? ¿Qué te ha parecido?
—Maravillosa