Placeres culpables: canciones que nos gustan y que tememos reivindicar

Placeres Culpables2

Recuerdo ir en el seat Toledo azul, sentado en la parte de atrás, junto a mis dos hermanos. Estábamos inusualmente tranquilos, tal vez agotados por el paseo entre las columnas de la Mezquita, quizá por el correteo entre las mesas de algún bar. En el radiocasete sonaba Pretty Woman. Yo calzaría unos siete u ocho años, y esa música me parecía melancólica, de retorno, como hecha por fotogramas en blanco y negro. Seguían los Righteous Brothers o Percy Sledge -sin yo saberlo- mientras miraba ensimismado, a través de la ventana, las estrellas y las luces móviles de la carretera. Volvíamos a casa después de haber pasado todo el día en Córdoba.

Algunos días después recuerdo estar plantado con mi hermano Javier en mitad del salón riéndonos de los gustos de mi padre. “Jajaj no, tú, que escuchas Frank Sinatra. Mi yo actual le pegaría un cosqui a ese niño sin ningún remordimiento. Y que los servicios sociales de la Junta me digan algo.

Mis gustos musicales ya no son los que eran. «Por suerte» me he dicho más de una vez. Bien por afán de compartir lo que me gusta o por tener un tema de conversación con el que disfruto, llevo más de una década pasando recopilatorios en balde a mis amigos. También les cuento anécdotas de artistas muertos -siempre las mismas- con la intención de impresionarles y echar el rato. Preguntar por esta o aquella música se ha convertido en la manera más certera para conectar o hacerme un bosquejo de la personalidad de alguien. Y eso que no tengo tatuada ninguna clave de sol en el brazo.

Es curioso que de mi boca saliera el nombre de Sinatra o Elvis con tono burlesco cuando niño. Cuántas veces habré cantado en la ducha, años más tarde, “For The Good Times” o “The Wonder Of You”. Cuántas veces habré creído llevar frac y tener una orquesta detrás en un karaoke provinciano y humeante. ¿Neeeeeew York, Neeeeew York? Qué va, un poco más cerca.

1966. Bar “El Caribe”, cerca de la calle Gorrión. Mi padre y sus amigos juegan al futbolín en un bar típico de barrio. La estrella del local: un precioso jukebox. La noche iba cayendo y en el local no dejaba de sonar una canción. Tananá nana na na na na ná, tana nanaaaá na nana nana naná. Mi padre y sus colegas se encargaron, peseta a peseta, de que no dejará de sonar en toda la noche “Black is Black”, éxito mundial de Los Bravos. Los parroquianos del bar, vaso en mano, empezaron a proferir insultos contra el grupillo de chavales que estaba amargándoles la cerveza. Qué jóvenes fueron nuestros viejos alguna vez.

Todavía hoy escucho a mi padre canturrear “Black is black” por casa. También canta ciertos estribillos como “Ay, pena, penita, pena” o “No había perro como mi perro”, y no creo que sienta ningún tipo de apego emocional por estas últimas canciones. La primera corresponde a la época de su recién estrenada mayor de edad, y las otras se adhieren más a su niñez. Es muy diferente lo que escuchas con agrado que lo que quieres escuchar.

Mis primeros contactos conscientes con la música -suena a delito- vinieron con los canales musicales de la TV por cable y con el primer radiocasete que me regalaron. Recuerdo bajar emocionado al videoclub y comprar casetes o cintas vírgenes de 60 o 90 minutos para grabar mis canciones preferidas. Dentro de esa categoría se podía colar gente tan dispar como EminemNatalia Imbruglia o Los Cucas. Casi ná.

Cuando me refería más arriba de la suerte de mi cambio de gustos pienso, principalmente, en El Barrio. Sí, el tío del sombrero y la camisa negra. Me encantan sus primeros cuatro o cinco discos y siempre le guardaré un cariño a su cantante, Jose Luis Figuereo, por “descubrirme” a Triana. Sin embargo, el flamenquito me dejó de interesar y ahora nunca lo menciono entre mis grupos favoritos.

GUILTY PLEASURES. MINDFULNESS. GASTROBARBERÍAS.

Todos los vídeos de Pantomima Full comparten una premisa: retratar a un grupo social que alardea de algo o que trata de diferenciarse  mediante un gusto o un hábito. ¿Os imagináis al protagonista de “Vinilos” confesando que se sabe todas las canciones del primer disco de Radio Macandé? ¿Diría en su primera cita Tinder que después de ducharse se pone a bailar delante del espejo con Ríos de Gloria?

En casos donde los interlocutores apenas se conocen, es normal escuchar frases comodín del tipo “muerte al reggaeton” o “yo escucho un poco de todo”. Y es normal, nos la jugamos en cada palabra que soltamos en este mundo 3.0 donde todos vigilan y en el que se cocinan críticas como vienas. Recuerdo que hace unos años, estando yo de voluntario en un festival de música sevillano, asistí a algo extaordinario. A unos metros de mi puesto, en una de las entradas del recinto, estaba la que era por entonces mi novia haciendo las veces de pulserera. Cuando hubo un rato de calma, me pasé por su puesto, que compartía con cuatro chicas más. Hablaban sobre los grupos que tocaban en esa edición.

— Yo cuando termine aquí iré a ver Love of Lesbian
— Pues yo me acercaré a ver Kiko Veneno y SFDK
— Sí, yo creo que también me pasaré
— Y mañana Iggy Pop
— Pues sí, habrá que ir a verlo

Se hace un silencio breve y dice mi ex:

 — Yo lo que no sé es quién coño viene a ver a Amaral

Se oyen risas. Se cruzan algunas miradas cómplices. A los segundos, casi pendiendo de un hilo, una vocecilla surge de la nada y dice:

 — Pues yo voy a ver a Amaral…

Me reí un montón por dentro, la verdad. Pero confieso que, pasado el tiempo, admiro el arrojo que tuvo esa chavala para levantar la voz y así evitar caer en lo que la politóloga alemana Elisabet Noelle-Neumann llamó “la espiral del silencio”. Según esta teoría, los individuos de una sociedad tienden a silenciar sus opiniones públicas cuando estas no son mayoritarias. Y el guilty pleasure es un producto de este silencio público solo expresado en confianza o en tonos distendidos o humorísticos.

Sobre este respecto se pronunciaba Tote King en su tema “No soy sofisticao” del disco 78. Las siguientes tres líneas sintetizan el rechazo que siente por los que reniegan de sus gustos porque ya no están bien vistos socialmente o porque han pasado de moda:

“Snobs no pueden disfrutar de Siete apellidos vascos”. 
“Renovando el armario pa distinguirte bien, renegando del grupo al que siempre fuiste fiel» .
«Si te avergüenzas de tu música de antes es que en realidad nunca te ha gustado nada».

Por su parte, Guille Milkyway, cantante de La Casa Azul, se ha expresado en términos similares durante una de las clases de cultura musical que está impartiendo en la academia de OT. Con el tema del sampling de fondo, Guille explica en un minuto el tipo de actitudes que tiene que afrontar cuando manifiesta públicamente algún gusto no muy popular en la actualidad:

Algunos tenemos grabada a fuego la imagen de Camilo Sesto cantando «Mola mazo» y es difícil disociarlo de su extensa y exitosa carrera. En cambio, a otros se les vendrá a la cabeza Jesucristo Superstar, «Vivir así es morir de amor» o «Algo de mí». Es de justicia conocer sus dos etapas y separar la obra del personaje, ya que nunca existirá una moneda de una cara ni una botella sin culo.

Las imágenes preconcebidas y, sobre todo, los prejuicios nos acompañan, son las viseras de nuestras asunciones. Según la ocasión, los escondemos del sol o los echamos al viento como banderas contra la Independencia, y según lo abierta que esté nuestra mente, se reducirán o no a meras anécdotas.

Esta es la lista de mis placeres culpables. ¿Cuáles son los tuyos?

Bajo la alargada sombra de Janis

Agustín Buteler, Pietro Pellegri y Lucianinho Bucar. Tres nombres. Desconocidos por buena parte del gran público, comparten una misma pasión y una misma rémora: todos han sido calificados como los nuevos Messi del panorama mundial. Afirmaba Sri Chinmoy, maestro espiritual bengalí, que “la paz comienza cuando terminan las expectativas”. Los padres de estos críos desearán que el agua bautismal que la prensa deportiva de distintos países ha dejado caer sobre estos futbolistas resulte milagrosa y puedan llegar, al menos, a la categoría de Paulo Dybala, jugador argentino de la Juventus, otrora considerado como el nuevo Messi. Y así poder descansar.

Y es que los genios se cuentan con los dedos de una mano, y los segundones con los radios de una bici. No crean que hay carga despectiva hacia estos seres especiales y malditos que topan con alguien todavía mejor a lo largo de sus carreras. Como nos contó en su segunda novela Leonard Cohen, la vida está llena de beautiful losers y en los años setenta muchas de ellas tuvieron que convivir bajo la alargada sombra de Janis Joplin.

La cantante tejana creció escuchando a grandes de la música negra como Billie Holiday, Bessie Smith, Ma Rainey, Big Mama Thornton, Odetta o Lead Belly. Se dio a conocer en el Monterrey Pop Festival y se encumbró en Woodstock. Hasta su trágica muerte, Janis había publicado solamente tres discos con la Big Brother & the Holding CompanyBig Brother & the Holding Company Featuring Janis Joplin (1967), Cheap Trills (1968) y I Got Dem Ol’ Kozmic Blues Again Mama! (1969)-. En 1971, un año después de su muerte, vería la luz Pearl, estupendo disco póstumo en el que destacan canciones como «Mercedes Benz», «Me and Bobby McGee», «Cry Baby» o «A Woman Left Lonely». A partir de ahí, el mito creció solo. Documentales, homenajes y el recuerdo de una voz herida y rasgada que peleó con las gigantes del blues negro, y que fue incluida posteriormente en el nada gustoso Club de los 27, donde comparte cartel con Brian Jones, Jimi Hendrix, Jim Morrison, Kurt Cobain o Amy Winehouse.

Venerada por otras grandes del rock como Grace Slick o Ann Wilson, influenció a un gran número de cantantes de su época, o eso quisieron ver muchos críticos musicales y promotores que buscaban publicitar a sus apoderadas anunciándolas como «la nueva Janis».

«¿Sabes lo que odio? Odio que me pregunten qué se siente al ser una mujer en el negocio del rock. Odio que me pregunten cuánto tiempo hemos estado juntos y cómo hemos conseguido nuestro nombre, y odio ser comparada con Fleetwood Mac. Robert Plant, Janis Joplin o Grace Slick»Ann Wilson, cantante de Heart.

 

1. Candy Givens

Creció escuchando a Elvis Presley, Patsy Cline, The Platters, Roy Orbison y admiraba a Bob Dylan, Stan Getz, Aretha Franklin, Otis Redding, Pink Floyd, y Little Walter Jacobs, entre otros. No solo tuvo el sambenito de ser acusada de copiar a Janis, sino que su voz fue comparada también con Robert Plant, con el que compartiría cartel en más de una ocasión.

Después de su paso por la Piltdown Philharmonic Jug Band, Candy forma Zephyr junto a David Givens, John Faris, Robbie Chamberlain y Tommy Bolin, posterior miembro de Deep Purple. David, que fue esposo de Candy, aseguraba en una entrevista que la cantante nunca imitó a Janis, pero sí estuvo infuenciada por la forma de cantar de B.B. Fielding, cantante de Black Pearl y novio durante un tiempo de Janis. Además, según el bajista de Zephyr, Candy conoció a Janis y estuvieron hablando sobre cómo cantar.

En una reseña de su primer disco para la revista Billboard se referían a Candy como «una frenética y loca Janis Joplin». Como curiosidad, la portada del primer disco actúa como premonición de la dramática muerte de la cantante, ahogada en una bañera el 27 de enero de 1984 a causa de una sobredosis de drogas y alcohol.

2. Lydia Pense

Nació en 1947, en San Francisco, donde Janis fue a establecerse cuando se marchó de Port Arthur. A la vuelta del colegio, Lydia solía jugar con una grabadora que le regaló su padre y que usaba para grabar su voz sobre canciones de Elvis o Bill Haley. Sus gustos musicales iban desde Bo Diddley, a Ray Charles pasando por Brenda Lee, Frankie Lyman o Fats Domino.

Después de The Dimensions, su primera banda, Lydia se unió a The Collage. Bill Graham, afamado promotor de San Francisco, acudió a la casa del batería del grupo y, después de escucharla, le pidió que formara un grupo por su cuenta. Después de tocar en el auditorio Fillmore, Graham decidió contratar al grupo para su discográfica. Cold Blood, nombre definitivo del grupo, publicaría dos discos con este promotor.

Lydia recordaba en una entrevista para el diario Nevada Appeal una anécdota que tuvo lugar con Janis en el Fillmore. Estaba cantando «Piece Of My Heart» sin saber que Joplin, que encabezaba el concierto, se mostraba no muy entusiasmada con que estuvieran tocando esa canción. El motivo era que Lydia desconocía que la cantante tejana se encontraba en ese momento grabando esa tema para su nuevo disco.

En otra entrevista para el diario Mercury News, Lydia aseguraba que «todos solían compararnos a mí y a Janis Joplin. Pero somos dos voces diferentes, de verdad. Conocí a Janis. Era muy buena».

3. Maggie Bell

Al igual que Lydia Pense, Maggie también creció escuchando discos de Brenda Lee. Su tío, marino mercante, solía traerle discos de América. Su padre, pianista, pasaba las horas escuchando a figuras del jazz como a Duke Ellington o Bessie Smith.

Formó Power junto a Leslie Harvey, hermano de Alex Harvey. Peter Grant, manager de The Yardbirds en ese momento, escuchó a Power en una gira que el grupo realizó por las bases americanas en Alemania y quedó impresionado por la habilidad vocal de Bell. Grant tomó el mando y Power pasó a llamarse Stone the Crows.

Después de cuatro discos, una fatalidad marcaría el devenir de la banda y el de la propia cantante: Leslie Harvey, novio de Maggie, moría accidentalmente electrocutado al tocar un micrófono mal conectado a tierra durante un concierto en 1972.

Stone the Crows se disolvió en 1973. Peter Grant, todavía manager de Bell, preparó su primer álbum en solitario, Queen of the Night, grabado en Nueva York con el productor Jerry Wexler en 1974. Al año siguiente, publicaría Suicide Sal acompañada de músicos  de la talla de Paul Kossoff o Jimmy Page.

Fue promocionada como la «nueva Janis Joplin» en una gira en la que Stone the Crows acompañaba a Joe Cocker  y también como la «Janis Joplin inglesa». Según Rod Stewart, Maggie Bell poseía un control del fraseo «increíble, bastante más, diría, del que tuvo Janis».

Según rezaba una crónica del periodista musical Toby Goldstein correspondiente al concierto que dio junto a Bad Company en el Madison Squade Garden en 1975 «La Sra. Bell canta con un estilo fino y blues y se viste con flecos y tacones que evocan los innegables ecos de Janis Joplin».

4. Elkie Brooks

Elain Bookvinder fue descubierta a los 15 años por el promotor Don Arden, que organizó las primeras giras de músicos estadounidenses de la talla Sam Cooke, Little Richard y, como no, Brenda Lee en Gran Bretaña. La afición de Elkie por la música provenía de su abuela, pianista de concierto y violinista en teatros de Salford (Inglaterra), y entre sus principales influencias musicales se encuentran Ella Fitzgerald, Billie Holiday y Sarah Vaughan.

Ojeando un día The Stage, un periódico local que solía comprar su hermano, descubrió un anuncio para una audición para la big band de Eric Delaney Band, con la que estuvo girando durante un tiempo por bases aéreas en Alemania y en la que comenzaría a presentarse con el sobrenombre de Elkie Brooks.

Después de trabajar en Manchester con un pequeño trío de jazz, se marchó a a Londres a grabar su primer single, una versión de la canción de Etta James, «Something’s Got A Hold Of Me». Tras una experiencia fallida en el circuito del club de cabaret del Norte, Elkie fue invitada por Humphrey Lyttelton para ser vocalista en la Humphrey Lyttelton Band, donde conocería al músico Pete Gage con el que formaría Dada, semilla de Vinegar Joe, el grupo con el que triunfaría.

Después de tres discos Rock ‘n’ Roll Gypsies (1972), Vinegar Joe (1972) y Six Star General (1973), la banda se separaría y Elkie empezaría su carrera en solitario. La «Reina Británica del Blues», también llamada la “Salvaje Mujer del Rock” llegó a ser la artista femenina que más discos vendió de las listas británicas. Su álbum de 1981 Pearls estuvo en las listas durante 79 semanas continuas y llegó a vender más de un millón de discos.

Según la crónica de Ian Dove recogida en Billboard sobre un concierto de Vinegar Joe en Philadelphia en 1973, «Hay ecos de Joplin en su eterna exuberancia, pero la señorita Brooks mantiene el control de su voz blues en todo momento. En las pocas ocasiones en que se da el gusto de gritar, el efecto es de Yoko en lugar de Janis».

5. Martha Velez

La cantante neoyorquina de ascendencia portorriqueña consiguió a los doce años una beca para cantar ópera como mezzosoprano. Comenzó su carrera con dieciocho años en el grupo de folk The Gaslight Singers, con quien publicaría dos discos. Después de estar de gira un par de años, entró en Broadway, llegando a formar parte de Mata Hari, I’m Salomon y Hair.

Fue descubierta por Seymour Stein y Richard Gotterher, propietarios y fundadores de Sire Records, y enviada a Londres para trabajar con Mike Vernon, productor de Cream, Yardbirds y John Mayall. Allí se gestó el Fiends and Angels, un disco de blues-rock que, posiblemente, sea el que haya reunido a más estrellas en una misma producción. Brian Auger, Jack Bruce, Jim Capaldi, Eric Clapton, Ginger Baker, Mitch Mitchell y Paul Kossoff fueron algunos de los célebres participes del disco debut de la artista neoyorkina.

En la contraportada del disco, hay un mensaje críptico (“Big brother held a company meeting but did not attend”) que parece dar a entender que no asistió a reunión con el grupo de Joplin. En cambio, sí versionó en su primer disco el «Tell Mama» de la artista de Port Arthur.

6. Ruth Copeland

Oriunda de Consett, una pequeña ciudad del noroeste de Inglaterra, Ruth comienza su carrera en The Collegians, una banda local de jazz. Tras la repentina muerte de su madre, se muda a Blackpool y luego a Londres donde giraría con la banda Ed & the Intruders. Allí fue tentada por dos sellos discográficos: Apple e Invictus. La cantante se acabo decantando por el segundo, sito en Detroit, ciudad donde vivía su hermano Peter. Allí conocería al productor Jeffrey Bowen, con quien salía en esa época, la fichó para su nuevo sello y pasó a ser integrante del grupo de soul The New Play, con el que solo sacaría un single poco exitoso.

Después de participar en la producción de varias canciones en Osmiumel debut de  Parliament, publicaría Self Portrait, su primer disco en solitario, con músicos de Parliament y Funkadelic. Tras publicar dos discos más, se retiró al mundo de las editoriales.

El periodista Michael Jahn comparó en un artículo publicado en el NY Times su voz con las de dos grandes cantantes de finales de los sesenta: «De vez en cuando suena como Julie Driscoll, ocasionalmente como Janis Joplin».

7. Terry Garthwaite

Su abuela se preguntaba cuál de sus nietas sería la que se dedicara a la música. La elegida fue Terry, una californiana nacida en 1939 e influenciada por artistas negros de la talla de Leadbelly, Josh White y Billie Holiday. Se graduó en sociología en la Universidad de Berkeley y participó en las protestas en el campus durante el Movimiento de Libertad de Expresión, en las que terminó cantando en la parte superior de la barricada de un coche de la policía. En 1967 fundaría Joy of Cooking, junto a Toni Brown. Ambas compartían el rol de cantar, pero sus voces eran totalmente opuestas: la de Toni Brown es suave y la de Terry es más raspada, parecida al estilo de Janis Joplin.

En una reseña para revista Billboard, el periodista Bob Kirsch definía con estas palabras el estilo de ambas al hablar de Joy of Cooking: «La señorita Garthwaite se ha distanciado en cierta medida de su estilo Janis Joplin, y su voz áspera equilibra perfectamente la voz melódica de la señorita Brown».

Terry era a menudo llamada una «Janis Joplin más refrenada». En una entrevista para el portal Blues.gr explicaba, no sin cierta ironía, las principales diferencias entre ambas: «La gente a menudo me comparó con Janis Joplin debido a mi estilo crudo al cantar («un diamante deliberadamente en bruto»). La gran diferencia es que todavía estoy viva y recuerdo algunos de esos momentos».

8. Joy Fleming

Nació en 1944, en Rockenhausen, una pequeña ciudad de Renania. Desde 1966 hasta 1969 fue la cantante de Joy & The Hitkids, grupo de kraut-psych-pop en el que publicó varios singles. En 1970 la banda se renombró como Joy Unlimited, en una apuesta más decidida por el rock y el funk. Aunque el grupo siguió funcionando a lo largo de la primera mitad de la década, Joy publicaría en 1973 su primer disco en solitario.

Uno de los hitos de su carrera vendría con su participación en Eurovisión en 1975. Su canción «Ein Lied kann eine Brücke sein» representó a Alemania consiguiendo un discreto decimoséptimo puesto.

Joplin llegó a coincidir con Joy Fleming en una de sus giras por Alemania. Según contaba la cantante de Joy Unlimited en una entrevista para el portal de Eurovisión, Janis le comentó que tenía «la mejor voz que he escuchado en Alemania». Además, Joy recalcaba que aunque la comparaban con Joplin, no creía que sus voces se parecieran ni que su intención fuera imitarla.

9. Genya Ravan

Genya y sus padres, judíos supervivientes del Holocausto, escaparon a EEUU en 1947. Aprendió inglés escuchando la radio. Su canción favorita, una de las que contribuyó a que aprendiese el idioma, fue ‘Lonely Nights’ de The Hearts. Una noche de 1962, Genya acudió a un club de Brooklyn llamado The Lollipop Lounge para ver a The Escorts. Tras la actuación, envalentonada por el alcohol, subió al escenario y cantó una canción. Así sería la actuación que The Escorts despidió a su cantante y la contrató a ella. Dos años, en 1964, formaría parte de Goldie and the Gingerbreads, la primera banda femenina al completo en firmar con un sello discográfico. Genya llegaría a compartir escenario con The Rolling Stones y The Kinks en su gira europea.

En 1969, Genya se enrolaría en la banda de jazz-rock progresivo Ten Wheel Drive, con la que grabaría tres discos.

En la reseña de Construction #1, primer disco del grupo, para la revista Billboard definían a la cantante como “una pequeña Janis Joplin que ofrece sus imitaciones de la cantante de blues y que consigue el segundo puesto, lo cual no está nada mal”.

Según el periodista musical Richard Klin, «ambas poseían estilos vocales a todo gas y abrasadores, ambas compartían predilección por la disipación. Pero las similitudes son un poco exageradas. Una comparación más precisa sería con Yoko Ono, otra chica que se metió en el club de rock and roll con estrógenos adversos.»

En un artículo para Rockcellarmagazine.com que varios músicos recordaban a Janis, Ravan aseguraba entender «que la gente dijera que las dos cantamos guturalmente, desde el estómago. No sé cómo se sentía al respecto, pero sé cómo me sentí al respecto. Fue como «¡Dejad de compararnos, por favor!»».

10. Carole Breval

No solo en Alemania y Gran Bretaña proliferaron nuevas Joplins. Carole Breval, nacida en Magog, Quebec, en 1944, entra en The Soul Caravan reemplazando al cantante Francis Turner. Tras unas giras en Quebec y Estados Unidos, el grupo pasa oficialmente a llamarse Guillotine, con el que tan solo publicarían un disco de rock con influencias blues y jazz en 1971. En el caso de la cantante canadiense, -la más desconocida de entre las diez elegidas-, la comparación con Janis se hace inevitable, pues tanto voces como fraseos son casi idénticos. Eso no evita resaltar los giros vocales aguardentosos de Beval, que recuerdan lejanamente a los quiebros de Bobby Bland.

En la actualidad, Brittany Howard de Alabama Shakes o Dana Fuchs, cantante del musical ‘Love, Janis’, cargan con el peso de haber sido nombradas por parte de la crítica como las nuevas Joplins. Este gran repaso por el pasado y la actualidad nos lleva a hacernos varias preguntas: ¿esta búsqueda eterna de una nueva Little Girl Blue es un mecanismo de defensa para llenar el vacío que nos dejó? ¿Se trata solo de una artimaña comercial urdida por promotores para dar publicidad gratuita a sus apoderadas? ¿Ganará el Betis alguna Liga mientras el autor de este artículo siga vivo? Me temo que solo podremos responder a la última pregunta sin temor a equivocarnos…

 

 

 

Copias, imitaciones y homenajes Vol. II: Canciones

Recuerdo que hace dos veranos estaba en la playa tumbado en la toalla y charlando con una amiga sobre mil naderías cuando fijé mi vista en una chica que extendía su toalla a escasos metros. Mientras intentaba mantener la conversación, mi cabeza giraba permanentemente en busca de contacto visual con mi nueva “vecina”.

  • Espera un segundito que voy a saludar a esa chavala, que la conozco.

Me levanté decidido, como se levantan los atletas profesionales después de hacer cien flexiones seguidas, y me acerqué a su toalla.

  • ¿Qué pasa, Marta? ¿Qué dice la tía?

Primero obtuve un qué. Luego, una media sonrisa. A continuación me dieron un cupón con un “lo siento, te has equivocado”. Dios, qué vergüenza. No podéis imaginároslo, joder, se parecían un montón.

1. The Kinks “All Day and All of the Night” (1964) vs. The Doors “Hello, I Love You” (1968)

Los músicos Peter Clayton y P. Gammond definieron el riff como «una frase breve y característica que se repetía como acompañamiento tanto en el jazz como en el rock». Lo cierto es que desde los inicios del rock, los riffs se establecieron como una suerte de Creative Commons en el que unos y otros podían copiarse sin pudor alguno. Un ejemplo del yo te quito/tú me prestas lo encontramos en Chuck Berry, que se inspiraría con el «Ain’t That Just Like A Woman», de Louis Jordan para su «Jonhy B. Goode»; o justo a la inversa, siendo su «Sweet Little Sixteen» casi plagiado por The Beach Boys en «Surfin’ USA».

Jim Morrison escribió el «Hello, I love you» estimulado por el movimiento de caderas de una joven mulata en una playa de Venecia. La inspiración musical del tema es más difícil de determinar. Tras haber sido acusados de extraer la melodía de «Hello, I love you», el guitarrista de The Doors, Robbie Krieger, aseguró que realmente su culpa fue pedirle a John Densmore, batería del grupo, que tocara el ritmo de «Sunshine of your love». Por esto, cualquier árbitro te expulsaría por doble tarjeta amarilla. Pero ahí no queda la cosa, para colmo de males, Jim canta llevando la misma cadencia que Ray Davies.

El líder de The Kinks declaraba en una entrevista a Rolling Stone en 2014 que «mi editor quería demandar. Yo no estaba dispuesto a hacerlo. Creo que llegaron a un acuerdo, pero no conozco los detalles».

 

2. Smiley Lewis – One Night Of Sin (1956) vs Elvis Presley – One Night (1957)

En 1956, Smiley Lewis publicaba «One Night Of Sin», con el que alcanzaría el Nº4 de las lista Billboard de R&B. Un año después, Elvis realizaría una versión de este tema que no sería publicada hasta casi treinta años más tarde. Como otras tantas veces, la autocensura y la moral de la época jugarían un papel primordial. Elvis regrabó la canción cambiando de forma significativa la letra original a las pocas semanas. El motivo principal es que en uno de los versos, Smiley cantaba “one night of sin is what I’m now paying for”, algo así como “una noche de pecado es por lo que estoy pagando ahora”. Esto podría percibirse como algo obsceno en la sociedad norteamericana de los años 50 en boca del incipiente rey del rock. De modo que se sustituyó por «one night with you is what I’m now praying for», esto es, “una noche contigo es por lo que estoy rezando”. Eliminado el pecado –de la canción y del título–, la canción queda como un canto al deseo idealizado, al idilio desprovisto de toda sexualidad. Conclusión: del lamento al deseo solo van dos o tres palabras.

 

3. Tom Petty and the Heartbreakers – American Girl (1976) vs The Strokes – Last Nite (2001)

“¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará: y nada hay nuevo debajo del sol”. En el libro de Eclesiastés, perteneciente a la Biblia, ya quedaba sintetizada una máxima que sigue imperando en nuestros días y que ha sido reducida en el dicho popular “to está inventao ya”. Como algunos buenos artistas no se toman esto al pie de la letra, tenemos la ocasión de disfrutar de infinidad de canciones diferentes… hasta que suena la alarma. En 2001 The Stokes publicaba su aclamado álbum debut, Is This Is, y conseguía un hit internacional con «Last Nite».

Si hubiese existido en esa época Shazam, la app se hubiera vuelto un poco loco al reconocer el inicio de la canción, ya que es prácticamente igual que el inicio de «American Girl», de Tom Petty & The Heartbreakers. Julian Casablancas, líder de los Strokes fue preguntado en una ocasión por el parecido de ambos riffs y no dudó en reconocer que lo sacó de la canción del ex componente de Travelin Wilburys. La reacción de este fue totalmente sorpresiva. En una entrevista con Rolling Stones declaraba haberse descojonado al escuchar a Casablancas admitir el “robo” y aseguraba que no le molestó. Decimos sorpresiva porque con «Stay With Me» de Sam Smith no pasaría lo mismo. En 2015, Tom Petty  llegaría a un acuerdo con el cantante para que él y Jeff Lyne fueran reconocidos como coautores de «Stay With Me».

4. Huey Lewis and the News – I Want a New Drug (1983) – Ray Parker Jr. – Ghostbusters (1984)

Se cuenta que los productores de la comedia más exitosa de los 80 pensaron en un primer momento en Huey Lewis and The News para crear el tema principal de Ghostbusters, y que tras un acercamiento, el grupo abandonó el proyecto y se embarcó en la grabación del tema principal de Regreso al Futuro. Un desconocido músico procedente de Motown, Ray Parker Jr., fue elegido como sustituto, consiguiendo el único hit de su discografía. Pero ¡vaya hit!

Aunque el éxito pronto se vio salpicado por las acusaciones de copia. Huey Lewis había publicado un año antes «I Want A New Drug», y al escuchar, «Ghostbuster», no dudó en demandar a Ray por las muchas similitudes del tema. En 1995, las dos partes llegaron acuerdo extrajudicial no revelar los detalles de la demanda y tratarla como confidencial.

Según palabras de Parker, los productores le pidieron una canción con una serie de condiciones específicas que tenía que tener en dos días y eso fue lo que hizo. El músico de Detroit siempre se mantuvo al margen de esta polémica, que ha vivido varias etapas más en el tiempo y que, incluso, algunos se han encargado de avivar a través de las redes sociales asegurando que «I Want A New Drug» es una copia de «Pop Muzik», un tema publicado en 1979 por de la banda británica M. Juzguen ustedes mismos.

 

5. Los Secretos – Ojos de Gata vs Joaquín Sabina – Y Nos Dieron Las Diez

La canción bicéfala por excelencia. Todo surgió en un bar, allá por 1991, cuando Enrique Urquijo, Pedro Rodríguez Almeida, road manager de Los Secretos, y Joaquín Sabina se encuentran. El compositor de  éxitos como «Déjame» y «Pero a tu lado» preguntó a Sabina si tenía algún material para su nuevo disco y éste sacó una servilleta con dos estrofas garabateadas. Según Pedro Rodríguez, Enrique copió la letra en otra servilleta, escribiendo el primer borrador de la letra en el viaje en taxi de vuelta a casa.

«Ojos de Gata» fue el single de presentación de Adiós, Tristeza, y se convirtió en todo un éxito. Según cuenta Joaquín Torres, productor de este disco, Enrique llevó a casa de Sabina una copia de su canción. El compositor jienense, complacido con lo que había escuchado, le comunicó que él también había publicado una canción con esas mismas estrofas, pero que no la incluiría en Física y Química, su próximo disco. Por el motivo que fuere, Sabina cambió de opinión y al cabo de unos meses, ya en 1992, elegiría «Y nos dieron las diez» como single de presentación de su octavo LP.

A pesar de la existencia de varias versiones acerca de la cronología y lugares donde sucedieron los hechos, y de los malentendidos que tuvieron, ambos continuaron siendo amigos hasta la muerte de Enrique y, lo más importante, ambos admiraban la versión del otro.

 

Copias, imitaciones y homenajes Vol.I: Portadas

PresleyCalling

1. Elvis Presley – Elvis Presley (1956) vs The Clash – London Calling (1979)

Decía Elliott Erwit que la fotografía trataba de “encontrar algo interesante en un lugar ordinario”. Preguntado una vez por el factor “suerte”, reconoció haberla tenido en algunos momentos, aunque también afirmaba no depositar todo su trabajo en ella. Quizá esto último, el apretar el botón justo en este momento y no en otro, ha convertido en icónicas miles de fotografías en detrimento de otras. Algo así debieron pensar los fotógrafos de dos de las portadas más conocidas de la Historia de la Música.

Corría 1956 cuando RCA decidía publicar el disco de un joven rockero de veintitrés años, algo inusual en unos tiempos donde predominaban las ventas de EPs. La compañía no atisbaba, ni de lejos, que estaba publicando el primer disco del futuro “Rey del rock”. El disco contaba con clásicos inolvidables como «Heartbreak Hotel» o «Blue Suede Shoes» y con una portada difícil de olvidar por dos motivos: un Elvis inmortalizado con su guitarra por William “Red” Robertson en plena actuación; y el nombre y apellido del cantante de Memphis en unos vívidos colores rosa y verde que contrastaban con el blanco y negro de la foto.

Desde mitad de los años cincuenta, el rock estaba funcionando como una cortinilla suave entre el informativo de guerra y el late show. La lucha por los derechos civiles, la gradual emancipación de la mujer o el resquebrajamiento del tabú de la sexualidad iban sacudiendo poco a poco la moral férrea de la época, aunque las faldas, camisas y cazadoras permanecían impolutas aún.

Hasta que llegó su hora. Festival de Monterrey, 1967, plena efervescencia hippie. Entre proclamas de “paz y amor”, unos “locos” se subieron al escenario tomando como rehenes a unos cuantos instrumentos, vírgenes hasta la fecha. Para el recuerdo quedarán las imágenes de un Jimi Hendrix medio poseído sometiendo a su Fender Stratoscaster a un ritual inflamable, o las de Pete Townshend y Keith Moon destrozando guitarra y batería a ritmo de «My Generation».

La portada del tercer disco de The Clash captaría el espíritu enfurecido de Townshend y lo trasladaría al cuerpo de Paul Simonon, bajista del grupo punk británico. El músico confesaría años más tarde en una entrevista que estrelló su Fender Precission Bass contra el suelo del escenario cuando le comunicaron que el público del Palladium no podría levantarse de sus asientos. La instantánea fue captada por Pennie Smith, y sería aprovechada por el dibujante Ray Lowry, quien definiría la portada del London Calling como “un genuino homenaje al original y desconocido genio inspirado que creó el primer disco de rock de Elvis Presley, y no como una estafa calculada”.

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2. Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967) vs The Mothers Of Invention – We’re Only in It for the Money (1968)

La portada del Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band es a la Historia de la Música lo que la lata de tomate Campbell de Warhol es a la del arte pop: un icono a lo bestia. En un principio, había sido encargada a The Fool, un colectivo de arte holandés que conseguiría que este LP fuera el primer álbum de rock en incorporar las letras completas de sus canciones. Aunque no sería su boceto de portada la definitiva. Paul McCartney desechó este diseño porque su amigo y cicerone Robert Fraser no lo consideró una buena pieza artística. Este comerciante de arte le recomendó a Peter Blake, Jahn Haworth – su esposa – y Michael Cooper para desarrollar el concepto. Para culminarlo, Paul pediría al resto de sus compañeros una lista con diez personajes históricos para incluir en la portada. La lista final incluiría a celebridades como el Marqués de Sade, Hitler, James Joyce, Oscar Wilde, William Burroughs, Einstein, Carl Marx o Fred Astaire. El 1 de junio de 1967 saldría a la venta el disco más psicodélico de la banda de Liverpool.

Jerry Schatzberg, fotógrafo y director de cine, contaba que Frank Zappa le dijo que quería parodiar la portada del disco de The Beatles mostrando a los protagonistas travestidos y rodeados de frutas y chatarra (en lugar de flores). Zappa le pidió permiso a Paul McCartney para su publicación y este eludió la respuesta arguyendo que esos eran temas correspondientes a los managers. Capitol se opuso, y tras cinco meses, el álbum vio la luz. En la portada, realizada por Cal Schenkel, aparecerían desde músicos como Jimi Hendrix, Captain Beefheart, Eric Burdon o Elvis Presley, a personajes tan variopintos como Lee Harvey Oswald, Lyndon B. Johnson o Albert Einstein. El título del disco, We’re Only in It for the Money, era una clara alusión al rechazo que sentía Zappa por el floreciente movimiento flowerpower al que veía como una excusa más para estar colocado todo el día y no hacer nada de provecho.

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3. Rolling Stones – Sticky Fingers (1971) vs Mötley Crüe – Too Fast For Love (1981)

John Pasche, creador del archiconocido logo de Sus Satánicas Majestades, no esperaba recibir esa llamada de Atlantic. La discográfica de los Rolling Stones necesitaba con cierta premura una solución para un conflicto sobrevenido con el Estado español. La censura de 1970 no era aún lo suficientemente laxa para dejar pasar como portada un primer plano del “supuesto paquete” de Mick Jagger. John Pasche tenía el encargo de sustituir la portada de Andy Warhol, por otra exclusiva que pronto sería una reliquia para los coleccionistas del grupo. Y para hacerlo, la discográfica no puso ningún tipo de cortapisa, así que Pasche, junto al fotógrafo Phil Jude, recurrieron a una interpretación muy literal del título del disco. La portada de Sticky Fingers («dedos pegajosos») mostraba en España unos dedos de mujer saliendo de una lata de melaza oriental.

Lo curioso de la carátula original es la inclusión de una cremallera real para abrir el disco. Craig Braun, diseñador de esta novedad, estuvo a punto de ser demandado por Atlantic cuando muchos fans se quejaron de que la canción “Sister Morphine” solía rayarse con las aperturas y cierres de la cremallera. Muy loco todo, ¿no?

Son múltiples las portadas de grupos que se han inspirado en Sticky Fingers: Born In Usa de Bruce Springteen, Like A Prayer de Madonna o Sex de Lenny Kravitz. Pero el primer y más conocido homenaje fue el que le brindó Mötley Crüe en su disco debut. Pocas diferencias estéticas encontramos con el original. Apreciamos que, en la fotografía de Michael Pinter, el pantalón vaquero pasa a ser de cuero y las tachuelas pueblan el cinturón, y los pinchos y pulseras completan las muñecas. La idea de esta portada se le atribuye a los managers del grupo, Allan y Barbara Coffman, quienes creyeron tanto en el grupo que crearon ad hoc un sello discográfico, Leathür Records, para sacar a la venta el disco.

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4. XTC – Drums and Wires (1979) vs Toto – Turn Back (1981)

Andy Partridge, líder de XTC, soñaba con ser pintor hasta que vio las primeras películas de The Beatles y la serie protagonizada The Monkees. Entonces se dio cuenta de que “las chicas se sentían más atraídas por las guitarras que por los pinceles”. Tozuda realidad: las acuarelas y los caballetes no llenan estadios. A juzgar por las portadas de White Music y Go 2, los dos primeros discos de la banda, podríamos deducir que  Partridge estuvo centrado en la música, ya que estas apostaban por unos diseños anodinos donde predominaban el blanco y negro.

Todo cambió para el Drums and Wires. El primer paso fue esbozar una portada en el que las letras del grupo, XTC, representaran a la cara de un salvaje que miraba por encima del hombro. La directora de arte de Virgin Records, Jill Mumford, convirtió este bosquejo del logo del grupo en una cara con bastante personalidad, perfectamente integrada en un fondo con colores vivos en su parte central.

La historia de las primeras portadas de Toto guarda ciertas similitudes con las de XTC. Para el debut de nombre homónimo se decantarían por un diseño sci-fi, muy de moda en la época, y para el segundo, Hydra, una portada oscura con una mezcla estética desafortunada. Sería en 1981, cuando Tony Lane, director de arte de Columbia y de la revista Rolling Stone decidiera dar un cambio a las portadas del grupo. Inspirado seguramente en la portada de XTC, la banda americana publicaría su tercer trabajo, Turn back, uno de sus discos menos exitosos. ¿El ying y el yang?

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5. Michael Jackson – Bad (1988) vs “Weird Al” Yankovic – Even Worse (1988)

Debe ser un tanto extraño que el primer hit de tu carrera musical sea una parodia de otra canción. Primero, lo intentó sin demasiada suerte con una versión de «My Sharona» en 1979, y de «Another One Bites The Dust» en 1981. No cuajó, pero no cejaría en su empeño. Cuando se propuso hacer una parodia de «Beat It», jamás pensó que los representantes de Michael Jackson la encontrasen divertida. Fue así como dos años después del éxito mundial El rey del pop, “Weird Al” Yankovic encontraría la fama con «Eat it».

En 1988 el músico y humorista encontró un nuevo filón con la publicación de Bad, el nuevo disco del ex Jackson Five. Su respuesta sería Even Worse, publicado en noviembre de ese año, y la portada, como no podía ser de otra forma, era imitación total de la del cantante neoyorkino. El siguiente paso fue parodiar el tema que daba título al disco. Michael no sólo accedió a la parodia, sino que le cedió también el set donde había grabado su videoclip. «Fat» se convertiría así en otro exitazo y, por si fuera poco, conseguiría el Grammy al mejor concepto de vídeo musical. Casi nada.

Para finalizar con este top cinco no dejaremos pasar la oportunidad de mostrar un ejemplo similar made in Spain. Miguel Bosé publicaba Papito en 2007, un recopilatorio en el que reinterpretaba sus mayores éxitos con ayuda de otros músicos. El cantante aparecía en la portada con el torso desnudo y unos tatuajes con las caras de los músicos que colaboraron con él en el disco. A finales de ese mismo año, Los Mojinos Escozios se servirían del nombre y portada del cantante pop español para publicar su décimo disco. Ay, papito…

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Gil Scott-Heron & Brian Jackson ‎– Bridges

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Gil Scott-Heron & Brian Jackson ‎– Bridges

Año de publicación: 1977
Estilo: Soul, Soul-Jazz, Soul-Funk
Valoración: 9/10
Mejores canciones: «Song Of The Wind», «We Almost Lost Detroit» y «95 South (All Of The Places We’ve Been»

Este mes se cumplen cuarenta años de la salida de Bridges, sexto disco del dúo neoyorkino, en el que Gil Scott-Heron se aproxima más al sonido soul cantado, dejando de lado la poesía recitada de otros trabajos. Destaca la reducción considerable de la duración del disco (no alcanza los 40 minutos) con respecto a sus cuatro anteriores, que superaban con creces los 70 minutos. Aunque ninguno de sus singles consiguió ser un hit, Bridges contó con el favor de la crítica especializada, alcanzando el puesto 16 en las listas Billboard de Jazz.

“Hello Sunday, Hello Road” es uptempo muy funky y primaveral que nos invita a bajar la ventanilla del coche y recorrer la carretera por el simple hecho de viajar. Seguimos moviéndonos de forma parsimoniosa al ritmo del bass-synth de Brian Jackson en “Song Of The Wind”, arrastrados por una cinta transportadora imaginaria que no quiere llegar al final.

Con “Racetrack In France” volvemos a la carretera,  esta vez a los circuitos de coches de la Costa Azul marsellesa, donde participamos en un diálogo endiablado en el que todos los instrumentos parecen perseguirse los unos a los otros.

En el corte más largo del disco, “Vildgolia (Deaf, Dumb And Blind)”, el poeta neoyorkino retoma su lado más social, alentando al pueblo a despertar y decidir el rumbo de sus vidas.

“Under The Hammer” cae pesado como una tormenta de granizo sobre el techo de un autobús, contrastando con la calma absoluta que desprende “We Almost Lost Detroit”, el mejor tema del disco. Inspirado en el libro de título homónimo de John G. Fuller, Scott-Heron pone el foco en un tema muy en boga durante los setenta: la problemática de la seguridad en las centrales nucleares y el consecuente temor de una parte de la población a un posible holocausto nuclear. El piano y la guitarra eléctrica consiguen evocar a la perfección el parpadeo de las luces de la central y el sonido envolvente de la noche.

“Tuskeeggee 626” no deja de ser un breve interludio a capela que conduce a “Delta Man”, un buen tema sobre los cambios y las revoluciones –no televisadas– a protagonizar por la población negra. Cierra el disco “95 South (All Of The Places We’ve Been)”, una canción de aire nostálgico con predominancia de la guitarra acústica y en el que sorprende escuchar al poeta neoyorkino en su faceta más melosa.

En definitiva, estamos ante un disco más que notable, quizá uno de los más redondos de la carrera de Scott-Heron. Su estilo directo y conciso, añadido a un sonido bastante actual, supone un acercamiento ideal para los que conecten por primera vez con la música del artista afroamericano, considerado por muchos como uno de los padres del hip-hop.

Vigilantes y superhéroes: jugando fuera de la ley

La semana pasada recordé, inconscientemente, días pasados en los que me hallaba inmerso en la escritura del trabajo fin de máster. “La violencia en el cine de los setenta”, título de mi investigación, se adentraba en los orígenes sociales, económicos y culturales que propiciaron la explosión de una violencia visual inaudita hasta la fecha.

Este recuerdo me llevó a retomar la investigación por mera curiosidad. Concretamente, centré mi búsqueda en el vigilantismo, fenómeno social basado en la lucha contra la criminalidad y la delincuencia actuando al margen de lo establecido por la ley.

La Segunda Enmienda a la Constitución es un signo inequívoco del arraigo de esta ideología en la ciudadanía estadounidense. El derecho a portar armas ha estado presente a lo largo de su Historia en relatos ficcionales -superhéroes de cómic-, leyendas -forajidos del oeste- o asociaciones reales –Bald Knobbers de Missouri-, provocando que el vigilantismo persista en la mente de algunos ciudadanos como el mejor escudo protector posible del american way of life.

La casualidad quiso que la concepción de este artículo coincidiese con el fallecimiento de Michael Winner, director estadounidense que alcanzó la popularidad con Death Wish (1974). La película, aunque contaba con varios precedentes cercanos como Billy Jack (Tom Laughlin, 1971) y Walking Tall (Phil Karlson, 1973), siempre ha sido considerada la referente y propulsora del género. En ella, Charles Bronson interpreta a Paul Kersey, un arquitecto de Nueva York que, después del asesinato de su mujer, y tras sufrir un asalto en plena calle, decide usar una pistola para autodefenderse. Lo relevante de Death Wish es ver la evolución de Kersey de ciudadano indefenso a vigilante obseso.

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La película fue considerada como facistoide por una parte de la crítica – en el mismo lote que Dirty Harry (Don Siegel, 1971), Straw Dogs (Sam Peckinpah, 1971) o las mencionadas anteriormente-, generando un dilema entre una ciudadanía que necesitaba volver a sentirse segura tanto en la calle como en casa. ¿Acaso el fin, acabar con la delincuencia, justifica actuar fuera de la ley para erradicarla?

Como ocurriese en otras ocasiones a lo largo de la Historia del Cine, la ficción superó a la realidad. En 1984, Bernhard Goetz, ingeniero de 34 años, viajaba en el metro de Nueva York junto a cuatro jóvenes negros. Cuando los cuatro le rodearon y uno de ellos le pidió cinco dólares, Goetz sacó un revólver y disparó a cada uno de ellos a quemarropa. “El vigilante del metro”, como se le conoció en los medios de comunicación, justificó posteriormente esta reacción alegando haber sido asaltado y herido unos días antes. Una década después, se reproducía casi fielmente una de las escenas de Death Wish, en la que Paul Kersey disparaba a dos delincuentes en un vagón del metro.

El fenómeno del vigilantismo está estrechamente ligado con la sensación de indefensión del ciudadano ante la delincuencia, y mayormente, con el miedo u odio a lo extraño. Según escribía el antropólogo estadounidense Marvin Harris en La cultura norteamericana contemporánea: Una visión antropológica (1981) la gente se sentía insegura hasta en su propia casa, existiendo en una tercera parte de los hogares estadounidenses armas de fuego para protegerse de los intrusos.

El vigilantismo, como fenómeno que lucha contra la delincuencia, posee también una cara amable. En 1979, el neoyorkino Curtin Sliwa, cansado de sentirse inseguro en su propia en su ciudad, organizó una patrulla de vecinos llamada «Guardians Angels”. El primer objetivo de esta asociación era la limpieza y recogida de basura en el vecindario, y en un segundo término, la prevención de delitos. En poco tiempo, estos chicos ataviados con camisa blanca y boina roja fueron extendiendo su influencia a lo largo de las ciudades más importantes del país. Actualmente, Los Ángeles Guardianes cuentan con delegaciones en más de 13 países y 138 ciudades en el mundo.

Dos de los últimos casos de vigilantes más sonados en los últimos tiempos han sido los de George Zimmerman y Phoenix Jones, por motivos muy distintos. El primero, capitán de una patrulla civil, recorría las calles de su barrio con el coche cuando avistó a un joven encapuchado con pinta “muy sospechosa”, según la descripción dada un operador del 911, teléfono de emergencias en Estados Unidos. A pesar de ser conminado a no hacer nada, Zimmerman decidió bajar del coche e ir al encuentro del chico. El resultado fue un disparo certero que acabó con la vida de Trayvon Martin, un joven negro de tan sólo 17 años.

El segundo caso es menos grave, aunque revela el mismo tipo de fantasmas. Phoenix Jones es un joven experto en artes marciales mixtas, y líder de un grupo anticrimen de Seattle llamado Rain City Superhero Movement. Enmascarado, con chaleco antibalas y provisto de cuchillos y gas pimienta, su historial cuenta con proezas como impedir que un hombre cogiese el coche ebrio o que otro robase un autobús. Benjamin Fodor, nombre real del autoproclamado superhéroe, reveló su identidad ante los medios después de haber sido detenido por la policía. El motivo no fue otro que rociar con gas pimienta a un grupo de jóvenes que, a su parecer, estaban discutiendo.

Alguna de las andanzas de este tipo de superhéroes de barrio ya fueron recogidas en la comedia negra Kick-Ass (Matthew Vaughn, 2010). Un año más tarde, Michael Barnett estrenaba un documental realizado por la HBO llamado Superheroes en el que realizaba un seguimiento a estos vengadores anónimos.

Es complicado cuantificar la influencia que tienen los medios de comunicación en la proliferación de este tipo de personajes. Superhéroes y vigilantes urbanos son las dos sábanas de un mismo fantasma: ciudadanos autonombrados administradores de justicia.
La raíz del problema estadounidense, sin duda alguna, empieza y acaba en la democratización y el descontrol en la posesión de armas. Un país en el que los ciudadanos pueden tomar la ley por su mano es un país inseguro. Es la pescadilla que se muerde la cola.

*Artículo publicado originalmente en la revista SPlus Magazine el 01-02-2013, y ligeramente modificado para su publicación en este blog.

Gipsy rock: El hijo bastardo del flamenco

“El progresivo aumento de las ventas discográficas de flamenco se explica por un cambio en el perfil del comprador. Las cifras se han elevado cuando el público joven ha entrado en el mercado. (…) A este atractivo se une las nuevas vías de exploración de la música flamenca: gipsy rock, sonido Cañorroto, etc.” La Economía Sevillana del Flamenco, Cantero y Hérnandez, 2009:39

Tradición, pureza, cante jondo. Mina, peña o candela. Éste era el retrato inamovible del flamenco hasta finales de los años sesenta. Surgió de Andalucía una generación de jóvenes curiosos e inquietos – otra vez más – que transformaría el cante y el toque. Manolo Sanlúcar, Paco de Lucía, Enrique Morente, Juan Peña “El lebrijano” o Camarón de la Isla son algunos de los flamencos que renovaron el aire estancado con su experimentación.

La tímida apertura del régimen en esos primeros años propició la posibilidad de contactar social y culturalmente con el exterior. Y la ocasión no fue desaprovechada en absoluto. En Andalucía, las bases de Morón y Rota se convertían en oasis para muchos jóvenes melenudos ávidos de unir lo propio con lo ajeno.

Y llegó el estruendo.

En 1966, se produjo la primera mezcla significativa del género musical patrio por excelencia con el rock proveniente de EE.UU, uno de los géneros más jóvenes y exitosos del momento. El guitarrista flamenco navarro Agustín Sabicas – afincado en Nueva York – concibió junto al guitarrista de jazz Joe Beck uno de los discos clave para entender la fusión entre flamenco y rock. «Rock Encounter» es pura amalgama mágica y serpenteante, una unión imperfecta e inocente de dos sonidos que se acarician por primera vez.

Más repercusión tendrían en España los tímidos acercamientos de grupos instrumentales como Los relámpagos o Taranto’s o los pasos decididos de los primeros grandes experimentadores sevillanos: Flamenco y Smash.

Esta interacción dio lugar a un género que nació y murió con la Transición: el Rock Andaluz. En los últimos años, numerosos periodistas y escritores como Luis Clemente, Adrian Vogel o Charly Hernández han dedicado páginas a este movimiento – enterrado injustamente por la llamada «Movida madrileña»– y, sobre todo, al irrepetible e inigualable grupo que los abanderó: Triana.

Pero el camino de flamenco y rock conoció otra bifurcación menos estudiada, a la postre capital en lo que se ha denominado más tarde como “flamenco fusión” o “flamenquito”. Hablamos del Gipsy rock, una etiqueta ad hoc que coincide con el nombre del primer disco de Las Grecas publicado en 1974. Este estilo musical – no se pueden considerar un movimiento en sí mismo- bebe fundamentalmente de la música funky y del soul. En la creación de este sonido participó muy activamente buena parte de los mejores arreglistas del país. No es un dato baladí, ya que a muchos les puede sorprender la fina conjunción entre sintetizadores, palmas, guitarras funkys e instrumentos de viento y cuerda. A través de diez canciones representativas (temazos casi todos), repasaremos los entresijos del hijo bastardo del flamenco.

  1. Las Grecas – Te estoy amando locamente 

“Te estoy amando locamente” se puede considerar el primer hit del flamenco-rock con el permiso de “El garrotín” (1971) de Smash. Carmen y Tina, dos jóvenes hermanas de 16 y 19 años respectivamente, comandadas por el productor José Luis de Carlos, consiguieron vender 500.000 copias del single “Te estoy amando locamente / Amma Immi” (1973). Un año más tarde nacería “Gipsy Rock”, disco imprescindible junto a “El Patio” de Triana, “Nuevo día” de Lole y Manuel y “Veneno” de Veneno para entender la fusión de flamenco y rock. En él colaboraron grandes músicos de la época como los arreglistas Manolo Gas, Johnny Galvao, Luis Cobos o Pepe Nieto. Los primeros discos de Las Grecas combinaban notablemente ritmos flamencos y funkys, solos de guitarras espectaculares y, como no, quejíos flamencos.

  1. Los Chorbos – Vuelvo a Casa 

José Luis de Carlos, piedra angular de este sonido, reclutó en 1974 a cuatro jóvenes madrileños de Carabanchel para continuar con su nuevo proyecto. Alfonso Gabarre, los hermanos Amador y Miguel Losada Maya y José Ortega Heredia (conocido posteriormente como “Manzanita”) formaron Los Chorbos, grupo a la postre no muy exitoso, pero con un dignísimo primer disco, “El Sonido Caño Roto”, publicado en 1974. Los primeros temas del disco – “Tendrás una nueva ilusión”, “Vuelvo a casa” y “Sones del Chicharro” – son, sin duda alguna, tres excelentes exponentes del Gipsy rock.

  1. El Luis – Yo te lo digo cantando  

En estos días en los que Rosario Flores promociona nuevo disco definiéndose como una “gitana negra que está entre el soul y el flamenco”, no podemos más que acordarnos del pionero en mezclar estos  dos géneros en España. Hablamos de Luis Barrull, conocido artísticamente como El Luis, un músico afincado en Argentina que pasó de cantar en fiestas junto a Paco de Lucía o Lola Flores a ceder un tema a Las Grecas (“Laula Ulah”). José Luis de Carlos vio de nuevo un filón en el artista gallego y produciría en el 1976 el álbum debut de El Luis, de título homónimo. Conoció el éxito con el single “Yo te lo digo cantando / El aire” (1976) en una carrera fugaz y fulminante que dio con los huesos del cantante en la cárcel a principios de los años 80.

  1. Arena Caliente – Contigo no tengo nada 

El flamenco siempre ha aprovechado su punto exótico para venderse bien entre el público guiri. Se vende mejor si cabe cuando las intérpretes son cuatro atractivas bailaoras sevillanas. Éste es el caso de Arena Caliente, grupo gestado en los tablaos de Las Brujas, local madrileño punto de encuentro entre turistas y gente de negocio. José Isidro, guitarrista del local y hermano de Manolo Sanlúcar, les propone a Ana Dorado, Charo Aracil, Reyes Jiménez, Pepi Benítez (madre de la cantante Malú) formar un cuarteto. José Luis de Carlos – cómo no- se fija en ellas y las ficha para CBS. Su primer single se convierte en todo un éxito tras su actuación en Estudio Abierto de TVE. Su música se movía entre la rumba pop, la copla y el flamenco. “Contigo no tengo nada” (1976), sin embargo, es un muy buen acercamiento al sonido de Las Grecas.

  1. Zíngaro – Romance Árabe 

Antonio Barrull, hermano de El Luis, probó suerte también a finales de los setenta con un flamenco más cercano al de Manzanita. “Voz de luna” (1979) fue su primer LP y contó con el ex Chorbos en la guitarra. En su segundo disco, Sones de Llanto y Fuego (1980) participarían músicos de la talla de Luis “Manglis” Cobo (guitarra acústica y eléctrica), Dave Thomas (Bajo) y Tito Duarte (Batería y percusiones). De este disco se extrae “Romance Árabe”, tema frenético con gran protagonismo de percusión y guitarra eléctrica.

  1. Trigal – Gol 

“El mundo del fútbol mueve montañas de dinero” es una frase de sobra conocida por todos. Pero este deporte también aúna alrededor de una circunferencia golpeable miles de ilusiones, alegrías y sinsabores.  De ahí la escritura de canciones mágicas como Three Lions (Football’s Coming Home), míticas como ¡Aupa Betis! o repetitivas a la par que fascinantes como es el caso de «Gol», el principal éxito en la carrera de Trigal. Grupo formado por Antonio Carmona, María Victoria Cabrera y y Manuel Gallego en 1972, grabaron tres LPs con la compañía Belter y arrasaron en Alemania, donde actuaron varias veces. «Gol» (1976) se presenta como una amenaza funky y vacilona, un aviso para navegantes. Ya lo sabes, piénsatelo dos veces antes de entrarle al Mark Lenders de turno.

  1. Morena y Clara – Serás mi luz 

Otro grupo que salió bajo la estela marcada por Las Grecas. Morena y Clara era el nombre del grupo formado por Ana María y Carmen Muñoz Hernández, otra pareja de cantantes aflamencadas que sincronizaban sus voces bajo guitarras funkys. Al igual que Las Grecas, pasaron por Caripén antes de conocer el éxito. Lauren Postigo se fijó en las hermanas y produjo “No llores más” (1974), su primer éxito. Este tema fue escrito por Jeros, miembro fundador de Los Chichos y primo de las artistas. El tema que puedes escuchar es “Serás mi luz” (1975), donde es totalmente reconocible la influencia de Carmen y Tina.

  1. Los Marismeños – Pares o nones 

¿Esta gente no cantaba sevillanas y rumbas? Sí. ¿Pero estos no son los de «La historia de una amapola» o «Caramba, carambita»? Que sí, son los mismos, pero en «Pares o nones» (1975) se despojaron de las botos camperos y de los sombreros rocieros para ponerse las camisas de cuello de punta en esta inolvidable canción. Antonio Herrera, Antonio Mendoza, Manolo Millán, Emilio Losada fundaron Los Marismeños en 1965. Los onubenses han sido pioneros en incorporar el bajo en las sevillanas o las guitarras eléctricas en los fandangos. Su innovación es evidente en «Pares o nones», un tema que te hará moverte más que la serpiente del 3310.

  1. Rosa Morena – Qué más me da 

Manuela Otilia Pulgarín González (se salva por el último apellido) dio muchas vueltas antes de alcanzar la fama en nuestro país. Rosa Morena – su nombre artístico – era una cantante despampanante también conocida como La Marilyn Española o La Reina del Flamenco Pop.  Se convirtió en una asidua en varias televisiones y hoteles argentinos. Más tarde giraría por Latinoamérica y Estados Unidos, llegando a aparecer en The Ed Sullivan Show. Ya en España alcanzaría la popularidad con el tema “Échale guindas al pavo” (1970), una versión pop interpretada antes por Imperio Argentina y Lola Flores. “Qué más me da” (1976) es un tema a medio camino entre el funk, copla y fandango. Interesante mezcolanza.

  1. Los de la caña – Camino perdido 

Grupo totalmente desconocido para la grandes masas -es decir, para todo el mundo salvo para sus familiares, amigos y gente que se encontraran por el camino- del que existen muy pocas referencias en Internet. A pesar de ello, podemos decir que en 1976, el sello discográfico Philips público un sencillo “Camino Perdido / Amores” con los arreglos de Ángel René y la producción de Alfredo Garrido, quienes participarían posteriormente en el disco de “Son ilusiones” de Los Chichos (1977). Antonio Humanes, Manuel Camacho y Ricardo formaban Los de la caña, un grupo de corto recorrido que nos dejó, al menos, una más que decente aportación al Gipsy rock.

*Actualización dedicada a Jude. Una de mis más fervientes admiradoras (la única).